En Mutare somos especialistas en el proceso de concepción y elaboración de un libro, además de otras publicaciones.
Somos proveedores de servicios editoriales, tradicionales y digitales, y publicamos contenidos propios.
Nuestra principal labor es complementaria a la de los editores… Es tras bambalinas, si utilizamos una metáfora clásica, o backstage, si empleamos un término globalizado.
Surgimos de la tradicional forma de cuidado editorial en la que se consideran aspectos tanto estructurales, de contenido y estéticos de una obra, así como la ortotipografía, entre otros, lo cual nos ha dado la base para mutar del papel al pixel.
En el trayecto nos hemos dado cuenta de que el proceso de conversión de un ebook requiere también un cuidado específico, y que no sólo se trata de emular a su contraparte impresa, sino ir más allá, explotando las posibilidades tecnológicas, pero siempre privilegiando la calidad de los contenidos.
Esta labor —la de conversión digital— se ha tornado multidisciplinaria por necesidad, pues además del editor, los encargados del cuidado editorial, los diseñadores, los formadores y otros actores involucrados en el proceso, aunque sería lo ideal, no siempre poseen los conocimientos de lenguaje programático empleado en la digitalización y requieren el apoyo de un profesional en la materia, que a su vez, por el contrario, no cuenta con conocimientos de edición. (Y aunque lo tuvieran, el trabajo es mucho para una sola persona.)
Ante tal circunstancia, dicha interrelación entre especialistas en ciertos casos se transforma en incomprensión mutua que, desafortunadamente, podría reflejarse en el producto final.
Nuestra experiencia en el ámbito de los procesos editoriales nos ha permitido incursionar en un lado y en otro —en ambos lados de la trinchera—, lo cual asimismo nos ha posibilitado comprender —y apreciar— las posturas y los requerimientos de ambos especialistas. Es decir, los editores y revisores sabemos cómo representar ciertas características de una obra impresa en un archivo epub o fixed layout, porque a través de nuestros especialistas en informática y programación aprendimos —y seguimos aprendiendo— a visualizar las virtudes y las limitantes de la tecnología empleada en tales soportes.
Por contraparte, a nuestros conversores los hemos capacitado para que entiendan las características de un libro, así como el lenguaje empleado en su proceso de edición (qué es un colgado, qué es una caja tipográfica, qué es un epígrafe, qué es un bando, una transcripción, un voladito, una sangría, un párrafo francés, qué es una transición narrativa representada por espacios blancos, qué es una jerarquía tipográfica en subtítulos, etcétera), y los traslada a su propia nomenclatura. Con ello tienen más referencias para resolver, representar o considerar elementos de una publicación impresa exigidos por el editor.
Por ejemplo, en un libro de poesía, en el que la métrica es esencialmente inamovible, el editor ya sabe que un epub de texto dinámico no es la opción para tal proyecto, pero entiende que es posible con un fixed layout, valorando, por supuesto, si en términos de costos es viable.
Lo que se pretende con estos ejemplos es decir que quienes intervienen en el proceso de conversión deben tener conocimientos de informática y de edición. Ante esta circunstancia, ha surgido ya una nueva figura que se denomina editor digital. No obstante, debemos insistir en que el trabajo, por necesidad, debe ser multidisciplinario.
En Mutare así lo hemos hecho ya, así surgimos, y seguimos aprendiendo. Nos hemos convertido en especialistas de cuidado editorial en formato impreso y digital. Además, vemos con gusto que otros colegas también han avanzado en ese rubro, lo cual genera más competencia que poco a poco comienza a reflejarse en la calidad de las publicaciones electrónicas aquí en México.
La transición de convertir publicaciones impresas a libro electrónico nos ha planteado retos técnicos y de otra índole —en el caso de Mutare— que hemos podido resolver, pero que consideramos pueden reducirse si los procesos de edición con los que comienza a gestarse un libro se reajustan pensando desde ese inicio —incluso desde que los autores empiezan a esbozar sus ideas— que tal publicación verá la luz tanto de manera física como virtual.
Es decir, sería ideal que los autores, durante su proceso creativo —y conscientes de que su libro muy probablemente también será ebook— empezaran a proponer ciertos recursos de interactividad para destacar alguna idea, algún pasaje u otro elemento que consideren esencial enfatizar.
Y si no es el autor, entonces los editores deben pensar en esas posibilidades (y ya las están pensando). Por ejemplo, supongamos que un libro refuerza su contenido con una serie de fotografías que, además de ser atractivas, al verlas de manera independiente y leer sus respectivos pies de imagen, representen una síntesis ilustrada de la historia contada; esto en el ejemplar impreso. Ahora pensemos que esa idea en el ebook se despliega con sólo darle play a ese apartado y comienza a correr tal historia ilustrada. Se consideró un recurso que sirvió para ambos ejemplares.
Tal vez la adopción de esos nuevos recursos implique asimismo reajustes en los presupuestos que se destinan a los proyectos, pero llegará el momento en que, quien no lo haga, no competirá, simplemente porque vivimos en una era digital.
Finalmente, sería ideal también que el revisor o corrector asignado para comenzar el proceso de edición —una vez que el autor entrega su manuscrito— estuviera capacitado para detectar y proponer tales elementos de interactividad.
La vertiginosidad de los tiempos actuales nos exige que sea de esa manera.
Los editores y los colaboradores de servicios editoriales de las nuevas generaciones ya lo ven así, porque es parte de su contemporaneidad —son nativos de la tecnología—, pero no deben dejar en el olvido los elementos y las formas tradicionales que, por extensión, aún se manejan, para beneficio de sus procesos.
Entre tanto, los editores y colaboradores de servicios editoriales que se han forjado desde las clásicas artes del cuidado de textos —potenciales migrantes de la tecnología— deben adaptarse sin temor a esta nueva manera de empaquetar contenidos. De no ser así, se corre el peligro de sufrir la misma suerte del tipógrafo y el linotipista, figuras emblemáticas de las artes gráficas y de la edición, hoy extintas.
En Mutare nos hemos adaptado a esas circunstancias, y poco a poco hemos estado creando conciencia en nuestros clientes acerca de la necesidad de contar con un proceso de edición integral que, desde el comienzo, se conciba para publicarse en ambos soportes… Siempre privilegiando el cuidado editorial.
De lo simple a lo complejo; de lo tradicional a lo digital…
Sea el formato que sea, en Mutare pensamos que lo más importante son las ideas…